En el día de hoy se cumplen 46 años del golpe de Estado cívico-militar de 1976, hecho que marca el inicio de una de las etapas más sombrías y tristes de nuestra historia, y de la que aún en la actualidad se conservan profundos vestigios tanto en el plano económico como político y social.
La política represiva implementada por el terrorismo de Estado, orquestada y financiada directamente desde Estados Unidos en toda Nuestra América, se orientó a crear las condiciones necesarias para reorganizar el tejido social e instaurar el neoliberalismo como nuevo modelo económico e ideológico. Las detenciones clandestinas, torturas, asesinatos, apropiación sistemática de bebés y la desaparición forzada de personas fueron los métodos siniestros que se emplearon para desarticular organizaciones políticas, sindicales, sociales y así disciplinar al conjunto de la sociedad.
De este modo, la dictadura, en connivencia del actor empresarial, llevó adelante un profundo reordenamiento de las relaciones laborales con el fin de fragmentar al movimiento obrero y así reconfigurar la relación de fuerzas capital-trabajo: se suspendieron las negociaciones colectivas; se introdujeron modificaciones en la Ley de Contrato de Trabajo (que al día de hoy continúan vigentes); los sindicatos fueron intervenidos y se diluyó la CGT; decenas de fábricas fueron ocupadas por militares; se prohibió el derecho a huelga; dirigentes obreros y activistas sindicales fueron secuestrados, encarcelados y asesinados. En suma, la política de la dictadura implicó una profunda desarticulación de la acción colectiva y una significativa transferencia de ingresos en favor del capital. Cabe señalar, también, la enorme y silenciosa resistencia de los/as trabajadores/as en los lugares de trabajo que permitió sostener una trinchera simbólica contra la avanzada patronal.
En la actualidad, nos encontramos atravesando las consecuencias de la pandemia producto del COVID-19 que contribuyó a potenciar los efectos regresivos para los/as trabajadores del período macrista, principalmente a partir modificaciones en los procesos de trabajo, profundizando la deslocalización de los/as trabajadores/as en el lugar de trabajo y con mayores dificultades para la organización colectiva. Nuevamente cobra protagonismo la presencia de Estados Unidos, mediante el FMI, condicionando la agenda gubernamental y forzando, de hecho, un ajuste que impactará directa y/o indirectamente sobre conquistas históricas de la clase trabajadora. Ejercer la memoria también implica posicionarse contra este acuerdo que nos condena irremediablemente a un rol subordinado en el plano internacional profundizando un modelo neoextractivista. De ningún modo la deuda deben pagarla los/as trabajadores/as mediante el ajuste en su salario ni en condiciones de trabajo.
En un contexto en el que afloran nuevamente posturas negacionistas en ciertos sectores reaccionarios de la sociedad, es importante recordar que los derechos se conquistan y se sostienen mediante la lucha. Por ello, se vuelve esencial comprometerse y poder aportar, a la construcción de sentidos para mantener viva la memoria, cada uno/a desde el lugar en el que le toque estar.
En particular, esta fecha nos sensibiliza profundamente y nos convoca siempre –como comunidad académica especializada en el estudio de las relaciones del trabajo– a reflexionar sobre las implicancias y consecuencias del proceso represivo en el mundo del trabajo, y a su vez, a hacer una revisión crítica de nuestra propia formación.
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